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La pintura o el arte de descubrirse a sí mismo.

Ven, llena tu vida de colores, incorpórate a esta amigable cofradía rodeada de pinceles y crayolas, y aprende a volar, con trazos firmes, en este mundo de luces y sombras.
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La pintura, fiel compañera del hombre desde que éste inició su desenfrenada carrera que lo habría de llevar a convertirse de homo erectus a homo sapiens. Hoy, después de más de dos millones de años desde que eso aconteciera, no hemos perdido el gusto por ir dejando huella de nuestro paso por el mundo, lo mismo en las bóvedas de grutas y cavernas, que en los grandes murales o en los lienzos; lo hace por igual el gran maestro dotado de facultades naturales, o el niño que por instinto raya las paredes de su casa, porque para expresar los sentimientos, las pasiones o temores no hay límite ni frontera, cualquier material sirve y cualquier persona puede hacerlo. Y así como nos conmueven las obras de los grandes pintores, también pueden hacerlo los simples trazos de un niño o un anciano, porque no se necesita ser un genio para dar rienda suelta a la creatividad y cada quien, a la medida de sus posibilidades, crear una pequeña o gran obra de arte.

Pienso en la pintura como el gran instrumento para habitar nuestro tiempo, para llenar de colores nuestras horas y hacer más placenteros nuestros días, porque no hay nada más bello que contemplar a una mujer o a un hombre sentados frente a un caballete o una cartulina en blanco poniendo lo mejor de sí mismos para plasmar diligentemente un sentimiento, un gusto o a poco hasta un temor. Imagino la enorme felicidad de ver una obra terminada y la satisfacción de ver cumplido un sueño, porque la vida del hombre está llena de sueños y qué sería de nosotros si perdiéramos la capacidad de soñar, de imaginar, de amar; porque la pintura antes que nada es un acto de amor, de amor por la vida, por la naturaleza y por uno mismo.

Y al hablar de la pintura no puedo dejar de reflexionar sobre el noble papel que juega en ella, la academia; es decir, el sitio en el que se reúnen maestro y discípulos -al más puro estilo griego-, para desvelarles los ancestrales misterios y secretos del arte, para crear, en torno a pinceles y crayolas, amigables cofradías y para enseñarles a volar, con trazos firmes, en este mundo de formas y colores.

Por Alejandro Ordóñez